lunes, 18 de noviembre de 2013

PSICOLOGÍA DEL AMOR (III):
¿Es la posesión amor?

Mª Teresa Rodríguez Álvarez
 
            Una tercera concepción falsa, es que la posesión es Amor.  Son muchas las personas que entienden el amor como una posesión. Lo expresan diciendo cosas como: “es mío o mía”, “me pertenece”, “si me quiere no me puede contradecir”; este error está detrás de muchos casos de violencia de género en ambos sexos, siendo también desencadenante de innumerables celotipias. Como la pareja se cosifica y se ve como un objeto al que poseer, también creen que les pertenecen sus pensamientos, sentimientos y actos. Cada vez que un miembro de la pareja intenta manifestar su individualidad, expresando o haciendo algo que no coincide con los modelos mentales del otro, automáticamente se desencadena una fuerte lucha de poder para dominarlo, utilizando todo tipo de violencia, generalmente se empieza por violencia psicológica, manipulando las emociones a través de hacer sentir al otro culpable o desvalorizándolo, si esto no da el resultado esperado, se pasa a las amenazas y a la violencia física.

             En este caso la persona basa parte de su autoestima en sus posesiones y la pareja es una de ellas, viviendo cualquier atisbo de que el otro tiene vida propia como una amenaza de pérdida no sólo de la pareja, sino, también de su propia valoración.
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miércoles, 13 de noviembre de 2013

PSICOLOGÍA DEL AMOR (II):
¿Es la dependencia amor?
 
Mª Teresa Rodríguez Álvarez

 
            Una segunda concepción falsa, es que la dependencia es Amor. A menudo se expresa como un “no deseo o puedo vivir sin esa persona”. En realidad, eso es una necesidad,  un parasitismo; evocando las palabras de  Alan Watts: “te necesito y por eso te amo”, al contrario del amor que diría: “te amo y por eso te necesito”. En una relación así, no hay libertad, no hay elección, es una cuestión de necesidad. El amor es el libre ejercicio de la facultad de elegir. Dos personas se aman únicamente cuando son capaces de vivir la una sin la otra, pero” deciden vivir juntas”.

 
            La dependencia muestra la incapacidad de experimentar la totalidad de la persona, necesitamos que el otro nos complete (la media naranja). Las personas dependientes pasivas están tan atareadas tratando de que se las ame, que no les queda energía para amar. Son como hambrientos que devoran todo el alimento y que nada tienen para dar a los demás. Es como si tuvieran un vacío interior, un pozo sin fondo que hay que llenar, pero nunca puede llenarse. Nunca se sienten plenamente colmados ni tienen el sentido de ser personas “completas”, de identidad propia, por ello toleran muy mal la soledad y se definen tan sólo por sus relaciones.
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martes, 5 de noviembre de 2013

PSICOLOGÍA DEL AMOR (I):
¿Enamorarse es amar?
 
Mª Teresa Rodríguez Álvarez
 
            Existe mucha confusión respecto a la naturaleza del Amor y esta confusión causa mucho sufrimiento. De todas las falsas concepciones del Amor, la mas fuerte y difundida es la creencia de que “enamorarse es amar” o por lo menos que ésta en una de las manifestaciones del Amor. Cuando una persona se enamora suele expresarlo diciendo “te amo” o “lo amo”, pero a poco que profundicemos se pone de manifiesto que esta experiencia subjetiva tiene relación con una experiencia erótica, ocurre unida a la atracción sexual está, por lo tanto, vinculada con el sexo. Por otro lado, es invariablemente transitoria, tiene fecha de caducidad, desaparece en la medida que permanecemos el suficiente tiempo con esa persona y la conocemos. No desaparece el amor sino la sensación de éxtasis que caracteriza la experiencia.

 
            La experiencia de enamorarse tiene ecos de regresión a la fusión infantil con la madre y nos produce la misma omnipotencia, unidos con la persona de la que estamos enamorados sentimos que todo es posible, podemos vencer todos los obstáculos. Así como la realidad de que es un ser separado de la madre y del mundo, irrumpe en la fantasía del niño alrededor de los dos años, también  la realidad irrumpe en la fantasía de unidad de la pareja enamorada. Tarde o temprano, la individualidad de cada miembro de la pareja volverá a afirmarse en respuesta a los problemas de la vida diaria y así, los dos, en la intimidad de sus corazones, comenzarán a comprender penosamente que no son uno con la persona amada, que ésta tiene y continuará teniendo sus propios deseos y gustos. Una a una, poco a poco (o súbitamente), las fronteras del yo vuelven a erigirse en su lugar y los miembros de la pareja dejan de estar enamorados. De nuevo son dos individuos separados. En este punto comienzan a disolverse los lazos de su relación o bien se inicia la obra del Amor.
 

            Al emplear la palabra Amor con mayúscula, quiero decir implícitamente, que la percepción que tenemos cuando estamos enamorados es una percepción falsa, que nuestro sentido subjetivo de amar es una ilusión.
 

            El Amor es una decisión consciente, un acto de voluntad para extender las fronteras de uno mismo. El enamorarse no supone una ampliación de nuestros límites, sino que es un derrumbe parcial y transitorio de esas fronteras. El Amor es una experiencia de permanente extensión de la personalidad.
 

            El enamorarse tiene poco que ver con la finalidad de promover el desarrollo de conciencia, en parte, porque mientras dura ese estado hay una sensación de plenitud que hace que no nos demos cuenta de si nosotros, o nuestro objeto de pasión, necesita algún desarrollo para mejorarse. Por el contrario, lo percibimos como un ser casi perfecto, los defectos parecen pequeños caprichos o particularidades que le hacen más especial a nuestros ojos.
 

            Probablemente el colapso transitorio de las fronteras del yo, que es enamorarse, constituye una respuesta estereotipada de las pulsiones sexuales programadas en los genes para el apareamiento y la supervivencia de la especie, de hecho, las últimas investigaciones en neurociencia describen los cambios químicos que se producen en el cerebro al enamorarse, lo que lleva a una expresión muy de moda: “la química del amor”. Tiene como característica la ilusión de que va a durar para siempre; en nuestra cultura semejante ilusión se ve fomentada por el mito tan difundido del amor romántico, como el que trasmite la opera de “Tristán e Isolda” y en los cuentos de hadas, cuentos en los que el príncipe y la princesa una vez unidos viven siempre felices. El mito del amor romántico nos dice, que para cada joven del mundo hay una joven  que le está destinada y viceversa. Además el mito implica que hay sólo un hombre destinado a una mujer y sólo una mujer a un hombre, lo cual está predeterminado por los astros y cuando encontramos a la persona a la cual estamos destinados, la reconocemos al enamorarnos de ella; nos hemos encontrado con la persona señalada por el cielo y la unión será perfecta por siempre.
 

            Pero, ¿qué ocurre? Con el paso del tiempo y la convivencia surgen fricciones, no nos sentimos satisfechos en todas nuestras necesidades, ni satisfacemos a la otra persona, no llena todos nuestros vacíos, volvemos a sentir soledad, ya no somos uno. Entonces, pensamos que nos equivocamos, interpretamos mal las señales y volvemos a comenzar la búsqueda de la “media naranja” que nos complete o nos resignamos a vivir una vida sin amor. Sin comprender que no existe la “media naranja” y que el verdadero Amor es aquel que nos impulsa a ser “naranjas completas”  que comparten la vida y se relacionan desde su completitud.
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