domingo, 12 de julio de 2009

SOBRE LA SABIDURÍA. 
César Platas Brunetti

            Sabemos que alguien es sabio, no porque lleve un cartel que lo diga, sino porque a su alrededor la gente le escucha y, al llevar a la práctica sus consejos, comprueba que son verdaderos. El problema que tenemos hoy en día es que perdimos la capacidad de escuchar, no solamente por llevar los cascos puestos, como porque no escuchamos con el corazón.

            Al decir “corazón” no me refiero a la antigua moralina sentimentaloide que nos dice lo que debemos sentir, decir o hacer y nosotros como rebaño a cumplir, sino a sentimiento, emoción. Cuando uno escucha con atención esta escucha va acompañada de cierto estado emotivo que ayuda a fijar lo que se dice: curiosidad, aceptación o rechazo, etc. Estas emociones hacen que nos posicionemos y definamos nuestro parecer y, lo que es más importante, nuestro Ser; por lo tanto, nos ayuda en el proceso de individuación, de ser nosotros mismos.

            Si oímos sin atender, percibimos sólo cháchara sin importancia (como diría Platón, mera doxa -conocimiento superficial); esto, a la larga, hará decaer nuestra atención y nos transformará en “pasotas”, en insensibles. Pasotismo tanto para lo malo como para lo bueno de la vida. Es frecuente que personas que caen en este estado se refugien en mundos virtuales alejados de la realidad, sean del tipo “second life” o simplemente ensoñaciones fantásticas de nuestra mente (depende el nivel de concretización que la persona busque).

            Cuando los sueños se vuelven más importantes que la realidad uno deja de viajar, de construir, de crear.
            Los sueños son para realizarlos, de lo contrario no son más que meras fantasías sin ningún anclaje en la realidad. La falta de creatividad es normalmente, el síntoma de una vida (si es que se le puede llamar así) vegetativa. Realmente no sé porqué se dice vegetativa ya que hasta los vegetales cambian con las estaciones y dan flores y frutos.

            Cada día es distinto, cada hora tiene una magia distinta que nos invita a crear y a recrearnos en la naturaleza. El presocrático Heráclito ya sabía esto cuando decía que es imposible bañarse dos veces en las aguas del mismo río, porque las aguas fluyen y al bañarnos mañana serán otras distintas a las de hoy. Hume decía (quizás de una manera más pesimista) que nada nos garantiza que el sol salga mañana; la experiencia reiterada en nuestra existencia de que el sol sale todos los días nos induce a pensar que mañana lo hará, pero nada lo garantiza. Este saber nos emociona, nos conmueve (etimológicamente:, mover con), nos impulsa a vivir de manera intensa cada instante de nuestra vida.

            Al dejar de crear nos alejamos de la vida y caemos en una especie estupidez que nos lleva a repetir mecánicamente unas rutinas aprendidas que ni siquiera somos capaces de cuestionar. Por el contrario, si hay una cosa que caracteriza al sabio es la creatividad; esa capacidad de dar nuevas respuestas a viejos problemas. Respuestas que, en la práctica, ¡funcionan!

            Esta verdad profunda ya era conocida por los griegos en la antigüedad cuando hablaban de filo-sofía (amor a la sabiduría), sin la presencia de la emoción no es posible la sabiduría: el mundo adquiere una tonalidad gris falto de sentimiento y los hombres nos transformamos en simples engranajes de una máquina que nos aplasta machaconamente con su brutal rutina.

            Construir la vida sin rutinas absurdas y sin huir al “País del Nunca-Jamás” nos hace más sabios y mucho,… pero que mucho más felices.